La paleta de colores del flamenco ha estado demasiada limitada en los últimos tiempos al rojo, negro y blanco. La aportación multicolor de Natali Bonelli a la concepción cromática de un arte a menudo tan estereotipado se antoja fundamental y un descubrimiento inaudito, celebrado. Su mirada como ilustradora autodidacta y aficionada al flamenco, pero no solo a esto, aporta frescura, variedad de códigos y una expresividad más libre para con un arte al que muchos paisanos le profesan mucho respeto. A veces demasiado.
Ella que llegó al flamenco desde otras latitudes sabe mejor que nosotros de la grandeza y singularidad de esta música en el mundo, que con su intuición genial y sin miedo a sacarlo de sus casillas coloca a la altura de cualquier motivo o tópico de la historia de la pintura. Su manera única de acentuar formas físicas y su potencia cromática para destacar muchos más sentimientos que la pena o la alegría hacen de este bestiarium de personajes en acción un carrusel de posibilidades. Hay empoderamiento femenino, esperanza, deseo, lucha, resignación, resiliencia y todo lo que podemos imaginar en esos cuerpos retorcidos y estirados por lo que sienten. Bonelli simplemente usa el flamenco como elemento no ajeno a corrientes como el arte pop, el expresionismo, la abstracción o el surrealismo y a una variedad de sugestiones que le hacen mucho bien, tan acostumbrado a lo kitsch como ha estado algunas veces. Francis Mármol
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Enero 2024
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